sábado, 7 de septiembre de 2013

Basura y energía I

SANTO DOMINGO,R.D.- RSU (Residuos Sólidos Urbanos) es la basura que generamos los seres humanos en nuestros entornos urbanos mientras desarrollamos nuestras actividades diarias. Dependiendo del tipo de sociedad y su nivel de desarrollo estos residuos o desperdicios están compuestos en mayor o menor medida por varios tipos de elementos. En países de cultura occidental, de los denominados del primer mundo, esta proporción puede variar dentro de los siguientes porcentajes aproximados: residuos orgánicos, entre 40% y  50%; vidrio, entre 5% y 10 %; papel, entre 20% y 25%; plástico, entre 10% y 15%; envases metálicos, entre 2% y 5%; textiles y otros, entre 15% y 20%.
Según datos del IDAE (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía) en sociedades como la española la media de producción de RSU por habitante es de entre 1.4 kg a 1.7kg aproximadamente. De acuerdo a datos proporcionados por organismos hemisféricos y el Ministerio de Medio Ambiente de Rep. Dom., en América Latina, una región económicamente emergente, la media de generación de RSU por habitante es de unos 0.7 Kg, rango en el cual también se encuentra, más o menos, la República Dominicana en promedio.
La basura, sea dominicana, boliviana o europea es una potencial fuente de materia prima y de “energía renovable”, si fuera adecuadamente tratada desde los procesos primarios de producción del elemento original. Sin embargo más o menos el 60% de toda la basura generada no es aprovechada en ninguna de sus posibles opciones. Sin poder precisar realmente cuánto, estamos seguros de que en nuestra pequeña porción de isla, no logramos recuperar ni siquiera un 25%  (confesamos que somos conservadores  de todos los residuos generados).
Una situación con doble lectura
La generación de desperdicios y su no recuperación, lleva consigo por lo menos dos situaciones emparejadas que comprometen la salud del medioambiente y las personas.
En primer lugar, para obtener un producto, sea de la naturaleza que sea, hace falta materia prima. En muchos casos la obtención de esa materia prima supone un consumo energético determinado ya sea por el proceso de obtención del material, manejo y transporte, almacenaje  y disposición en el punto de producción. Llegados a este etapa se entra en la fase de transformación y/o adecuación de la materia prima en producto final. Cada uno de estos movimientos supone un consumo de energía por mínimo que nos parezca, con las consiguientes emisiones contaminantes producto del uso de fuentes energéticas perniciosas para el equilibrio medioambiental.
En segundo lugar, una vez obtenido el producto final y puesto en manos de los consumidores, con el consiguiente consumo de energía, la inadecuada deposición del mismo terminada su vida útil primaria puede llegar a significar un perjuicio importante para la salud de nuestro entorno. Pongamos un ejemplo muy simple: una bolsa plástica con bombillas que han tenido su uso y rendimiento y que luego se deponen sin control alguno, llega a la rivera de determinado río, puede tener, y de hecho lo tiene consecuencias negativas para este ecosistema.
Cambiar nuestro modus operandi
La clave está en cambiar nuestra manera de hacer las cosas. Sabemos que es difícil decirle a una sociedad como la nuestra, con una clase media cada día más consolidada en los “hábitos del bienestar”, que está emergiendo con fuerza a  pesar de las sucesivas crisis del sistema capitalista (tal y como lo conocemos), que modere estos hábitos de consumo. Lo cierto es que es el primer paso y probablemente el más necesario.
La sociedad de consumo en la que vivimos genera residuos; residuos que en su vida útil primaria han sido productos que han demandado energía para ser procesados y que luego no logran cerrar un ciclo de vida adecuado (reciclaje).
Entendemos que la política del consumo responsable, de la reutilización y del reciclaje  debe ser una política doméstica primero, una ley del hogar; aunque ciertamente alguien tenga que trazar unas pautas….y ese alguien es el estado.

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