jueves, 16 de mayo de 2013

¿Por qué el mundo no ha enfrentado el cambio climático?



La semana pasada la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se reportó que había pasado las 400 partes por millón por primera vez en 4.5 millones de años.
También continúa aumentando a una tasa de aproximadamente dos partes por millón cada año. En la actualidad, podría ser de 800 partes por millón para finales de siglo. De ese modo, todas las discusiones para mitigar los riesgos de un catastrófico cambio climático se han convertido en palabras vacías.
Colectivamente, la humanidad ha perdido el tiempo y ha decidido dejar que los peligros incrementen. El profesor Sir Brian Hoskins, director del Instituto Grantham para Cambio Climático en el Colegio Imperial de Londres, denota que cuando las concentraciones fueron tan altas por última vez, “el mundo era más caliente en promedio por tres o cuatro grados Celsius de lo que es hoy.
No había ninguna capa de hielo permanente en Groenlandia, los niveles del mar eran mucho más altos, y el mundo era un lugar muy diferente, aunque no todas estas diferencias pueden estar directamente relacionadas a los niveles de CO2.
Su advertencia es apropiada. No obstante, el efecto de los gases de invernadero es ciencia básica: es el porqué la tierra tiene un clima más agradable que en la luna.
El CO2 es un conocido gas de invernadero. Hay positivos efectos de regeneración de las crecientes temperaturas, vía, por ejemplo, la cantidad de vapor de agua en la atmósfera.
En poco tiempo, la humanidad está conduciendo un enorme, descontrolado y casi irreversible, experimento climático con la única casa que es posible que tenga. Además, a juzgar por la ciencia básica y las opiniones de la gran mayoría de científicos calificados, el riesgo de un cambio calamitoso es grande.
Lo que hace más notable la falta de acción es que hemos estado escuchando demasiada histeria sobre las graves consecuencias de acumular una gran carga de deuda pública para nuestros hijos y nietos. Pero todo eso que está siendo legado son derechos financieros de algunas personas sobre otras.
En el peor de los casos, se producirá una quiebra. Ciertas personas estarán descontentas, pero la vida continúa. Legar un planeta en caos climático es más bien una preocupación mayor.
No hay otro lugar donde la gente pueda ir y ninguna forma de restablecer el sistema climático del planeta. Si vamos a asumir una visión prudente de las finanzas públicas, seguramente deberíamos considerar asumir una opinión prudente de algo que es irreversible y mucho más costoso.
Entonces, ¿por qué nos estamos comportando así?
La primera razón y la más profunda es que, al igual que la civilización de la antigua Roma fue construida sobre los esclavos, la nuestra ha sido creada sobre los combustibles fósiles. Lo que sucedió a principios del siglo XIX no fue una “revolución industrial”, sino una “revolución energética”.
Poner carbono en la atmósfera es lo que hacemos. Como he argumentado en la Política Climática, lo que solía ser el estilo de vida de alto consumo energético de los países de altos ingresos de hoy se ha vuelto global.
La convergencia económica entre los países emergentes y de altos ingresos es la creciente demanda por energía más rápida antes que una mejorada eficiencia energética la esté reduciendo.
No sólo las emisiones de CO2, sino incluso las emisiones por cápita están aumentando. Lo último en parte es guiado por la dependencia de China sobre la generación de electricidad alimentada por carbón.
Una segunda razón es la oposición a cualquier intervención en el mercado libre. Algo de esto, sin duda, es guiado por estrechos intereses económicos. Pero no subestime el poder de las ideas. Admitir que una economía libre genera un gran costo externo global es admitir que la regulación gubernamental a gran escala muy a menudo propuesta por odiados ambientalistas es justificada. Para muchos libertarios o liberales clásicos, la idea es insoportable. Es mucho más fácil negar la relevancia de la ciencia.
Un síntoma de esto está agarrando un clavo ardiendo. Es notable, por ejemplo, que el promedio de temperaturas globales no ha aumentado recientemente, aunque están mucho más altas que hace un siglo. Sin embargo, ya han ocurrido antes los periodos de baja temperatura dentro de una tendencia de aumento.
Una tercera razón puede ser la presión de responder a crisis inmediatas que han consumido casi toda la atención de los legisladores en los países de altos ingresos desde el año 2007.
Una cuarta razón es una confianza conmovedora que, en el caso de que se llegue al peor de los casos, la ingenuidad humana encontrará alguna forma inteligente de manejar los peores resultados del cambio climático.
Una quinta es la complejidad de lograr acuerdos globales efectivos y ejecutables sobre el control de las emisiones entre tantos países. No es de sorpresa, que los acuerdos actuales hayan logrado más una apariencia de acción que una realidad.
Una sexta es la indiferencia hacia los intereses de personas que nacerán en un futuro relativamente distante. Como dice un viejo dicho: “¿Por qué me deben importar a mí las generaciones futuras? ¿Que han hecho ellas por mí?
La última razón es la necesidad de alcanzar un balance justo entre los países pobres y ricos y entre aquellos que emitieron la mayor parte de los gases de invernadero en el pasado y los que harán emisiones en el futuro.
Mientras más se piensa sobre el desafío, más imposible se hace imaginar una acción efectiva. En cambio, vigilaremos el aumento de las concentraciones globales de los gases de invernadero.
Si resulta que conduce al desastre, para entonces será demasiado tarde poder hacer algo al respecto.
Entonces, ¿qué es lo que debe cambiar dicho curso? Mi opinión es, cada vez más, que no tiene caso hacer demandas morales. La gente no hará algo en esta escala porque les importen los demás, aunque se incluya a los propios descendientes más lejanos. En gran parte ellos se preocupan más por ellos mismos.
Mucha gente cree hoy que una economía con bajo carbono sería una de privación universal. Ellos nunca aceptarán dicha situación. Esto es cierto, tanto para la gente de los países de altos ingresos, que quieren retener lo que tienen, como para la gente del resto del mundo, que quieren gozar de lo que ahora tiene la gente de los países de altos ingresos.
Una condición necesaria, aunque no suficiente, es una visión políticamente vendible de una próspera economía de bajo carbono. Eso no es lo que la gente ahora ve. Deben invertirse sustanciales recursos en las tecnologías que creíblemente proporcionarán dicho futuro.
Sin embargo, eso no es todo. Si tal oportunidad parece más creíble, las instituciones deben también ser desarrolladas a fines de que puedan aportarla.
En el presente, ni existen las condiciones tecnológicas, ni tampoco las condiciones institucionales. En su ausencia, no hay voluntad política que haga algo real sobre el proceso de conducir nuestro experimento con el clima.
Sí, hay conversaciones, pero no hay una acción efectiva predecible. Si ese es el cambio, debemos comenzar ofreciendo a la humanidad un futuro mucho mejor. El miedo al horror distante no es suficiente.

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