jueves, 15 de octubre de 2015

Los objetivos del Milenio en R.D.

El período 1980-1990 está registrado en la historia económica contemporánea como la década perdida ya que con que tal situación describió las crisis económicas que se transitó durante la década de los ochenta, aunque en el caso concreto de algunos países se extendió hasta la década de los 90s. En general estas  crisis se combinaban con la presencia de las deudas externas excesivas, grandes déficit fiscal, volatilidades inflacionarias y de tipo de cambio, que en la mayoría de los países de América Latina era fijo, cuyo  origen se explica desde el comienzo del default o impago  mexicano en el año 1982, luego de que los países industrializados decidieran aumentar la tasa de interés en sus préstamos a la región, convirtiéndolos en deudas de difícil pago.
La advertencia del impago fue una iniciativa sesuda planteada el 3 de agosto de 1985 por el comandante Fidel Castro el cual sostenía que “a menos que los gobiernos actuaran conjuntamente y atacaran el problema en sus causas de fondo, la deuda externa que las naciones latinoamericanas habían contraído con instituciones financieras norteamericanas, se convertiría en una hipoteca eterna, impagable e incobrable”. Tal apreciación llamó  la atención a partir de 1980 cuando se  observó que el volumen de la deuda externa de los países de América Latina y el Caribe ascendía al respetable monto de 257 mil 400 millones de dólares, pero que desde 1979 en la cumbre de los países no alineados Castro observó  que “la deuda de los países en vías de desarrollo ha alcanzado ya la cifra de 335,000 millones de dólares y esta situación es ya insostenible”.
El acelerado incremento de la deuda preocupaba a Castro cuando  a finales de 1982 planteó  que “la deuda externa estaba llegando a los 600,000 millones de dólares, es decir que ya iba de 10 en 10, de 30,000 a 300,000, después al doble de 300,000, y ahora es exactamente el triple, y el problema ha hecho crisis. Ahora América Latina sola debe más que lo que debía todo el Tercer Mundo en el año 1979”. La predicción de que la deuda externa era imparable e insostenible se verifica cuando para 2012 esta se multiplicó por cinco hasta llegar al billón 191 mil millones de dólares, convirtiéndose en un escándalo para el cierre del 2014 al alcanzar la impronunciable suma de 1,230,241 millones de dólares.
Para enfrentar los efectos perniciosos derivados de la deuda externa hubo que recurrir a impulsar fuertes reformas estructurales desde el inicio de la década de los 90s que incorporaba un nuevo paradigma impulsado por el denominado Consenso de Washington, que en los hechos se convertía en el patrón de política económica implementado en la región, impulsando así una  modificación en la estructura productiva de  las naciones en vía de desarrollo, de corte neoliberal. 
A la luz de los resultados de los indicadores de progreso de la década de los 80s, que obligó a la implementación de las reformas estructurales en la década de los 90s, quedó evidenciado que  casi 1000 millones de personas, sobrevivían con menos de un dólar por día, de los cuales el 70% eran mujeres, en tanto que el hambre afectaba a más de 800 millones de seres humanos y 13 millones de niños y niñas sucumbían cada año por enfermedades e infecciones directamente relacionadas con la falta de alimentos con más de 1.020 millones de personas que sufrían en el mundo de hambre. Estas temibles y trágicas cifras obligaron a los organismos internacionales a plantear alternativas para superar la cruel realidad y es en ese contexto que del sistema de naciones unidas surgen los denominados objetivos para el desarrollo del milenio.
Es en ese contexto que en septiembre del año 2000 189 países aprobaron y firmaron en las sede de las Naciones Unidas la declaración del Milenio, en el cual los jefes de Estado establecieron ocho objetivos para ser alcanzados a septiembre del 2015, los cuales quedaron enlazados a 18 metas y  más de 40 indicadores que miden  su cumplimiento, que de no lograrse y no cambiar las tendencias reinantes, algunas regiones quedarían rezagadas y cerca de 1000 millones de personas extenderían su permanencia en la pobreza extrema, lo que ha implicado un esfuerzo de 25 años si se toma en consideración que estas inquietudes abarcan el período 1990-2015. En efectos, en términos concretos los objetivos y metas fijados desde 1990 hasta el 2000, para hacerlos realidad de cara al 2015, incluyeron erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades, asegurar la sustentabilidad ambiental y crear una asociación global para el desarrollo.
Un ligero balance a los ocho objetivos del milenio al cierre de  septiembre del 2015, pone en evidencia que los países en vía de desarrollo, en particular América Latina, incumplieron los objetivos del Milenio al no superar ni el 50% de los compromisos asumidos. Bajo esa realidad se entiende mejor el porqué se ha planteado la adopción de una nueva agenda para el desarrollo sostenible  que contiene 17 nuevos objetivos para el desarrollo sostenible  y 169 metas que procuran eliminar la pobreza, combatir las desigualdades y promover la prosperidad de cara al 2030, esto se traduce en una postergación de enfrentar los flagelos que promueven la desigualdad y la pobreza, lo cual implica 40 años para enfrentar este malestar. Si ya se reconoce el fracaso de los ocho objetivos ¿Se cumplirán con los 17?


 http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2015/10/15/392199/los-objetivos-del-milenio

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