SANTO DOMINGO,R.D.- Envejecer es un proceso silencioso, que se desliza bajo nuestra piel
sin que lo notemos. Permanece oculto hasta que un día, frente al espejo,
lo descubrimos con lujo de detalle, como una silueta borrosa que de
repente llega a la luz y nos muestra, sin lugar a dudas, de quién se
trata. El declive físico camina segundo a segundo, pero solo lo
advertimos cuando la mayoría de los viejos que amamos van muriendo y
calculamos que su lugar pronto lo ocuparemos nosotros, los niños que
ellos vieron crecer. También sospechamos que la juventud pasó cuando en
las revistas del corazón vemos a la adolescente de moda, que
envidiábamos, convertida en abuela, más tranquila y menos sexy, sin dar
tela para cortar a los escándalos. Pensamos, entonces, que esa mujer
aprendió con los años y ahora es más sabia. Suponemos que debe saberlo y
disfrutarlo. Como nosotras mismas. Aunque, en lo personal, deduzco que
las que fueron chicas del momento deben odiar la otra parte de
envejecer: las canas, las líneas de expresión y las libras que sobran,
incluso, más que las que nunca hemos sido famosas. Porque estas mujeres
fueron más bellas y, supongo que, en esos casos, el dolor de lo
perdido es mayor. En lo que a mí respecta, de envejecer me gusta cómo
me siento, pero no cómo me veo. Odio las canas, y los tintes para
ocultarlas; las libras de más, y las dietas para eliminarlas; las líneas
de expresión, y el tiempo que debo emplear para ponerme las cremas.
Pero reconozco que me encanta cuánto he aprendido. Lo sabía que nos
volvemos las mujeres con los años. Ya no es tan fácil alterar mi
espíritu. No corro cuando a alguien se le ocurre marcar la línea de
salida para una competencia en la que no me apunté. No me deslumbra el
brillo sin antes confirmar la autenticidad del metal que lo refleja.
Tampoco las palabras bien empleadas si no están precedidas de la acción
correcta. Aunque cometo errores, cada vez con más frecuencia, descubro
la mentira y puedo enfrentarla sin la duda culpable. Incluso cuando
fallo, me duele menos y, por ello, resulta más fácil disculparme. En
fin, envejecer no es tan malo si en lugar de mirar siempre al espejo
somos capaces de buscar más adentro, descubrir si nuestra alma es menos
fea, y si es así, agradecerlo.
Alicia Estévez
alicia.estevez@listindiario.com
http://www.listindiario.com/la-vida/2014/11/20/346100/Otra-vez-envejecer
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