lunes, 16 de noviembre de 2015

La ciencia medioambiental, ¿es algo diferente?


Pensad en los hombres y las mujeres que sentaron las bases del Protocolo de Montreal para la Conferencia para la Protección de la Capa de Ozono. Instituida en 1985, esta Conferencia nos protege de las potencialmente devastadoras consecuencias de la reducción del ozono. En estos momentos, el agujero en la capa de ozono se está recuperando y los científicos esperan que esta recuperación se complete en las décadas venideras, algo que no hubiera ocurrido sin el trabajo de aquellos científicos ambientalistas que en los setenta reconocieron la amenaza a la que se veía expuesto el ozono estratosférico. 
Después, los científicos que trabajan en la NASA y la Universidad de California se dieron cuenta de que los productos químicos liberados en la atmósfera por los aviones supersónicos y las lanzaderas espaciales podían reaccionar con el ozono de la estratosfera y destruirlo. Debido a esta amenaza, la NASA empezó a financiar estudios de las reacciones químicas implicadas en ella. Mientras tanto, Sherwood Rowland y Mario Molina, en el instituto científico Irvine de la Universidad de California, reconocieron que cierto tipo de productos químicos conocidos como fluorocarburos clorados (CFC, por sus siglas en inglés), presentes en los aerosoles con lacas fijadoras para el pelo y otros productos de consumo, podía destruir la capa de ozono en la estratosfera. Al principio, esta posibilidad fue vista con escepticismo, incluso por sus mismos colegas. ¿Podía realmente un aerosol capilar acabar con la vida en el planeta Tierra? Eso parecía una afirmación demasiado aventurada, si no indignantemente excesiva. 
Sin embargo, en 1985, Joseph Farmer, del Servicio Antártico Británico, anuncio el descubrimiento de una zona de la Antártida en la que el ozono estratosférico se había reducido espectacularmente: el “agujero de ozono”. Al año siguiente, un equipo conducido por Susan Solomon, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés), insinuó que era cierto que el ozono estaba disminuyendo por los productos químicos clorados derivados de los CFC como consecuencia de reacciones catalíticas producidas en las nubes estratosféricas en los Polos. 
En 1987, el profesor de Harvard James Anderson realizó un experimento a bordo de un avión U-2 de la NASA que voló sobre la Antártida en el que se estableció mediante mediciones directas que la capa de ozono había sido intensamente dañada y que esos daños estaban relacionados con los gasas CFC. Se trataba de una sorprendente confirmación de unas hipótesis formuladas años antes. Más tarde, el equipo de Anderson obtuvo mediciones similares en el Ártico. Toda su investigación fue financiada por la NASA. 
Sobre la base de este trabajo, el presidente George H.W. Bush, republicano; el secretario de estado George Schultz y el secretario de estado adjunto John Negroponte brindaron su apoyo al Protocolo de Montreal para la conferencia de Viena y de este modo comprometieron al mundo, primero, en la reducción, y más tarde, en el retiro paulatino de los gases CFC. En 1988, con el apoyo del presidente Bush, el Congreso ratificó el Protocolo de Montreal. 
Desde entonces, Susan Solomon fue elegida para integrar la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la Academia de Ciencias Europea y la Academia de Ciencias de Francia. En 2008, la revista Time la mencionó como una de las 100 personas más influyentes del mundo. James Anderson, a su vez, se hizo acreedor a numerosos premios. En 1995, Rowland y Molina compartieron el Nobel de Química por su trabajo sobre la destrucción de la capa de ozono. 
Si la ciencia relacionada con el ozono hubiera sido tergiversada, corrompida o incluso realizada incorrectamente, ninguno de ellos habría recibido semejantes honras. Más importante aún, si la ciencia hubiese estado equivocada, ahora mismo estaríamos en una situación desesperada porque el agujero de ozono no se habría recuperado. Entre otras cosas, los índices del cáncer de piel en EEUU habrían aumentado en un 60 por ciento respecto de la incidencia de hoy en día. El ganado, los cultivos y las plantas y animales silvestres también habrían resultado afectados. 
Bush, un presidente republicano, no fue engañado. Hizo lo adecuado y nos protegió de un daño, pero poca gente se dio cuenta de lo bien que había funcionado el Protocolo de Montreal y del bajo costo de su éxito. El Protocolo fue ratificado por 197 países –para decirlo de otro modo, ¡por todo el mundo!– y la producción y consumos de los gases destructores del ozono han caído en un 98 por ciento. 
En la medida que los fabricantes reemplazaron rápidamente los fluorocarburos por nuevos productos más inocuos, no solo el costo fue reducido; el mundo sacó provecho del cambio. El Protocolo estimuló la competencia en la innovación tecnológica y redujo los costos de fabricación, mejoró la eficiencia y seguridad y bajó los precios al consumidor, mientras evitamos grandes pérdidas económicas en la agricultura, la pesca y en los impactos adversos en la salud humana. Los beneficios indirectos en materia de salud –solo en términos de cánceres y cataratas evitados– se han estimado en 11 veces los costos directos de implementación. Y no se produjo pérdida neta de puestos de trabajo, aunque hubo un pasaje a empleos más calificados que fueron tomados por trabajadores más formados para desempeñarse en condiciones de mayor seguridad. 
En los noventa, según avanzaba el reconocimiento de un perjudicial cambio climático, la historia del éxito en la recuperación del agujero de ozono se convirtió en un modelo de lo que podríamos hacer para detener ese cambio, especialmente si la acción emprendida refuta los manidos argumentos conservadores que sostienen que la protección medioambiental restringe el crecimiento, daña la economía, destruye puestos de trabajo o que si bien es una ventaja para los osos polares en nada beneficia a las personas. Pero el giro republicano hacia la derecha ya estaba en curso. Cuando llegó la cuestión de la regulación, el GOP –el Grand Old Party, es decir, el Partido Republicano– estaba en la palestra para rechazar cualquier expresión de la ciencia que apuntara en esa dirección. 
Al principio del siglo XX, los republicanos fueron pioneros en la protección del medioambiente: hacia la mitad del siglo, trabajaron junto con los demócratas para aprobar leyes como la de Política Nacional por el Medioambiente o la del Aire Limpio. Sin embargo, hacia los ochenta, la resistencia contra medidas ambientales que podría limitar las prerrogativas del sector privado empezó a ensombrecer su histórico compromiso con un Estados Unidos seguro y hermoso. Para los noventa, toda regulación en principio era vista como mala, incluso cuando –como en el caso del ozono– en la práctica era clara y demostrablemente buena. 



http://www.rebelion.org/noticia.php?id=200280

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