La
energía eléctrica se ha constituido en la actualidad, en un elemento de gran
importancia para el desarrollo de la sociedad a nivel mundial. Gracias a la
industrialización, tanto el Estado como entidades privadas han obtenido
beneficios sin los cuales nos encontraríamos ante dificultades inminentes para
los avances que hoy por hoy, gracias al referido medio, se han generado. Ha
sido señalado por expertos internacionales que[1] “estos
beneficios se pueden medir en calidad de vida, asistencia técnica, alfabetismo,
población con acceso a agua potable y expectativa de vida, entre otros”. De ahí
que se cuente con la energía eléctrica para el manejo productivo diario de los ciudadanos.
Por esta razón, se ha determinado el carácter fundamental e indiscutible de la
energía eléctrica, jugando un papel de capital importancia en el desarrollo de
nuestra sociedad.
Al
tenor de lo arriba indicado, no resulta sorpresivo que el Estado mantenga
determinado control sobre el sector eléctrico, por tratarse de un elemento que
interesa a la generalidad[2]. Esto trajo
consigo que se haya decidido reconocerlo como un servicio público. La implicación
principal de lo arriba indicado es que el Estado, aunque no necesariamente
maneje el sector como un empresario,
es decir, prestando el servicio de manera directa, puede regularlo conforme a
los lineamientos administrativos vigentes, lo que incluye la creación de
normas, el control, la fiscalización y la sanción a la entidad que preste el
servicio, en caso de que lo amerite. En el caso dominicano, el artículo 147 de
la Constitución reconoce que los servicios públicos están orientados a
satisfacer las necesidades de interés colectivo. Por lo tanto, es ya ampliamente
conocido que[3]
“los servicios públicos prestados por el Estado o por los particulares, en las
modalidades legales o contractuales, deben responder a los principios de
universalidad, accesibilidad, eficiencia, transparencia, responsabilidad,
continuidad, calidad, razonabilidad y equidad tarifaria”.
Lo
arriba señalado nos permite afirmar que lo que se busca principalmente en la
prestación del servicio público es que con el mismo se sirva a la generalidad,
bajo ciertas condiciones que permitan disfrutarlo de la mejor manera posible. Esto
quiere decir que, bien se trate de una empresa privada o del mismo Estado,
deberán cumplirse las predichas características, a fin de asegurar el bienestar
general. El rol del Estado, por lo tanto, jugará un papel esencial, sin
importar la manera en que actúe en el sector. Esto así, bajo el entendido de
que las políticas siempre deberán ser previstas con la finalidad de garantizar
el desarrollo de la sociedad y el correcto aprovechamiento del recurso
eléctrico por la población. Es en esta virtud que Latinoamérica se ha mantenido
en[4] “una búsqueda
continua por la fórmula que permita cumplir con los objetivos fundamentales de
prestar un servicio confiable, eficiente y accesible a toda la población”. Evidentemente,
la consagración de este servicio como público trae consigo que la administración
del mismo acarree un carácter de relevancia, por las mismas implicaciones de su
consagración para el interés público o general.
http://emilymancebo.blogspot.com/2014/04/el-estado-como-empresario-y-regulador.html
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