El período 1980-1990 está registrado en la historia económica
contemporánea como la década perdida ya que con que tal situación
describió las crisis económicas que se transitó durante la década de los
ochenta, aunque en el caso concreto de algunos países se extendió hasta
la década de los 90s. En general estas crisis se combinaban con la
presencia de las deudas externas excesivas, grandes déficit fiscal,
volatilidades inflacionarias y de tipo de cambio, que en la mayoría de
los países de América Latina era fijo, cuyo origen se explica desde el
comienzo del default o impago mexicano en el año 1982, luego de que los
países industrializados decidieran aumentar la tasa de interés en sus
préstamos a la región, convirtiéndolos en deudas de difícil pago.
La advertencia del impago fue una iniciativa sesuda planteada el 3 de
agosto de 1985 por el comandante Fidel Castro el cual sostenía que “a
menos que los gobiernos actuaran conjuntamente y atacaran el problema en
sus causas de fondo, la deuda externa que las naciones latinoamericanas
habían contraído con instituciones financieras norteamericanas, se
convertiría en una hipoteca eterna, impagable e incobrable”. Tal
apreciación llamó la atención a partir de 1980 cuando se observó que
el volumen de la deuda externa de los países de América Latina y el
Caribe ascendía al respetable monto de 257 mil 400 millones de dólares,
pero que desde 1979 en la cumbre de los países no alineados Castro
observó que “la deuda de los países en vías de desarrollo ha alcanzado
ya la cifra de 335,000 millones de dólares y esta situación es ya
insostenible”.
El acelerado incremento de la deuda preocupaba a Castro cuando a
finales de 1982 planteó que “la deuda externa estaba llegando a los
600,000 millones de dólares, es decir que ya iba de 10 en 10, de 30,000 a
300,000, después al doble de 300,000, y ahora es exactamente el triple,
y el problema ha hecho crisis. Ahora América Latina sola debe más que
lo que debía todo el Tercer Mundo en el año 1979”. La predicción de que
la deuda externa era imparable e insostenible se verifica cuando para
2012 esta se multiplicó por cinco hasta llegar al billón 191 mil
millones de dólares, convirtiéndose en un escándalo para el cierre del
2014 al alcanzar la impronunciable suma de 1,230,241 millones de
dólares.
Para enfrentar los efectos perniciosos derivados de la deuda externa
hubo que recurrir a impulsar fuertes reformas estructurales desde el
inicio de la década de los 90s que incorporaba un nuevo paradigma
impulsado por el denominado Consenso de Washington, que en los hechos se
convertía en el patrón de política económica implementado en la región,
impulsando así una modificación en la estructura productiva de las
naciones en vía de desarrollo, de corte neoliberal.
A la luz de los resultados de los indicadores de progreso de la
década de los 80s, que obligó a la implementación de las reformas
estructurales en la década de los 90s, quedó evidenciado que casi 1000
millones de personas, sobrevivían con menos de un dólar por día, de los
cuales el 70% eran mujeres, en tanto que el hambre afectaba a más de 800
millones de seres humanos y 13 millones de niños y niñas sucumbían cada
año por enfermedades e infecciones directamente relacionadas con la
falta de alimentos con más de 1.020 millones de personas que sufrían en
el mundo de hambre. Estas temibles y trágicas cifras obligaron a los
organismos internacionales a plantear alternativas para superar la cruel
realidad y es en ese contexto que del sistema de naciones unidas surgen
los denominados objetivos para el desarrollo del milenio.
Es en ese contexto que en septiembre del año 2000 189 países
aprobaron y firmaron en las sede de las Naciones Unidas la declaración
del Milenio, en el cual los jefes de Estado establecieron ocho objetivos
para ser alcanzados a septiembre del 2015, los cuales quedaron
enlazados a 18 metas y más de 40 indicadores que miden su
cumplimiento, que de no lograrse y no cambiar las tendencias reinantes,
algunas regiones quedarían rezagadas y cerca de 1000 millones de
personas extenderían su permanencia en la pobreza extrema, lo que ha
implicado un esfuerzo de 25 años si se toma en consideración que estas
inquietudes abarcan el período 1990-2015. En efectos, en términos
concretos los objetivos y metas fijados desde 1990 hasta el 2000, para
hacerlos realidad de cara al 2015, incluyeron erradicar la pobreza
extrema y el hambre, lograr educación primaria universal, promover la
igualdad de género, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud
materna, combatir el VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades, asegurar
la sustentabilidad ambiental y crear una asociación global para el
desarrollo.
Un ligero balance a los ocho objetivos del milenio al cierre de
septiembre del 2015, pone en evidencia que los países en vía de
desarrollo, en particular América Latina, incumplieron los objetivos del
Milenio al no superar ni el 50% de los compromisos asumidos. Bajo esa
realidad se entiende mejor el porqué se ha planteado la adopción de una
nueva agenda para el desarrollo sostenible que contiene 17 nuevos
objetivos para el desarrollo sostenible y 169 metas que procuran
eliminar la pobreza, combatir las desigualdades y promover la
prosperidad de cara al 2030, esto se traduce en una postergación de
enfrentar los flagelos que promueven la desigualdad y la pobreza, lo
cual implica 40 años para enfrentar este malestar. Si ya se reconoce el
fracaso de los ocho objetivos ¿Se cumplirán con los 17?
http://www.listindiario.com/puntos-de-vista/2015/10/15/392199/los-objetivos-del-milenio
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