Por: LEONARDO BOFF
La Carta de la Tierra condensa una visión del planeta que va más allá de
una visión científica y actual. Contiene exigencias de orden espiritual y ético, que a todos nos atañen. Habla de que es preciso aumentar la responsabilidad colectiva, entender tierra y humanidad como una gran unidad, en la que
todos nosotros participamos y de cuyo futuro somos responsables.
En este contexto, hoy hay dos grandes temas, que constituyen un verdadero clamor ecológico. El primero se nos ha hecho evidente a partir del 2 de
febrero de este año, cuando el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) publicó sus datos. Éstos muestran que no es que vayamos al
encuentro del calentamiento global, sino que ya estamos en él. Si antes la preocupación era cómo preservar, cómo cuidar del patrimonio común que alberga la tierra y no ultrapasar los límites, la novedad de este Panel
Intergubernamental es el decir que, de hecho, ya hemos pasado los límites.
Lo que significa que la Tierra está buscando un nuevo equilibrio y que posiblemente va a estabilizarse a una temperatura que se situará entre dos y tres
grados Celsius más que el promedio actual. La nueva situación puede implicar una enorme devastación de la biodiversidad, un cambio muy significativo de los climas, de las sequías y de las inundaciones; puede hacer
desaparecer, hacia el final del actual siglo, millones de personas, cuyos territorios y países serán inhóspitos, no adecuados a la vida humana.
El cambio climático es uno de los grandes problemas, y toda la humanidad, desde esos días de febrero hasta hoy, está discutiendo la problemática:
qué hacer, qué cambios hay que introducir, cómo cada institución, cada iglesia, cada saber, cada grupo, puede colaborar para superar esta crisis y no
ignorar sus efectos dañinos.
La otra crisis, que no es menor que la anterior, es la crisis del agua potable. El agua, que puede ser un principio de solidaridad, de colaboración, puede ser también un motivo de guerras, de gran devastación. El último informe
de la FAO advierte que los próximos años vamos a conocer guerras porque
las personas, los países tienen que garantizar el acceso al agua potable. Sabemos que el agua potable es escasa, el agua asequible al ser humano es uno de
los bienes más escasos del mundo, más que el petróleo, más que el uranio,
más que el oro, más que la plata.
De toda el agua del mundo, solamente el 3% es agua dulce, el 97% es
agua salada; y de ese 3% solamente el 0,7% es asequible al uso humano, porque el resto está en acuíferos profundos, en los casquetes polares o en los
interiores de las grandes florestas húmedas como el Amazonas. Es decir, no
está asequible al ser humano, de manera inmediata.
En este contexto, el agua es fundamental. Casi el 80% del total del agua
está en ocho grandes países, Brasil es uno de ellos, es una potencia de agua.
Brasil tiene el 13% de toda el agua dulce del mundo, especialmente en la parte Amazónica y son muchos los que hoy dicen que Brasil va a pagar toda su
deuda externa exportando agua dulce al resto del mundo.
El agua es un bien común natural, que la naturaleza nos da. La da para
todos los seres vivos que necesitan de agua para vivir. Podemos hacer huelgas de hambre de hasta 10, 12, 13 ó 15 días, pero no podemos quedarnos sin
agua por más de 3 ó 4 días, porque nos deshidratamos y morimos. Entonces
el agua es fundamental para todo tipo de ser y, desde luego, para el ser humano. ¿Por qué esta carrera mundial, en la que están metidas grandes empresas,
para la privatización del agua? Porque el agua es un bien cada vez más escaso y se entiende como un bien económico, como cualquier otro bien con el
cual se puede hacer negocio y tener ganancia, porque se entiende como una
mercancía y fuente de lucro.
La carrera por la privatización del agua está dirigida por grandes multinacionales como las francesas Vivendi y Suez Lyonnaise, la alemana RWE,
la inglesa Thames Water y la americana Bechtel. Se ha creado un mercado de
agua que involucra ya negocios con el agua de cien mil millones de dólares.
Ahí está presente con fuerza, en la comercialización del agua mineral, Nestlé, Coca Cola, que originalmente no tenían nada que ver con el agua, y ahora sí, porque es un gran negocio.
Ésa es la visión que creo que está dominando, la que reduce el agua a
una mercancía como cualquier otra. Pero el agua no es una mercancía como
cualquier otra. El agua, como hemos dicho, es un bien natural vital, común,
insustituible, no un bien económico. Al ser tratada como recurso hídrico o
como mercancía, se produce una gran tensión entre dos alternativas: o el agua
es buena para el lucro, para la ganancia, o el agua es buena para la vida.
Hay que insistir: el agua no es un bien económico como cualquier otro,
porque está tan íntimamente ligada a la vida que debe ser entendida como la
misma vida, como los alimentos. No se pueden tener alimentos, ni digerirlos,
sin agua.
http://www.seipaz.org/documentos/AguaDerechoHumano.pdf
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